Hace exactamente una década, Sinaloa, especialmente Culiacán, perdió a una de las mujeres luchadoras cuyo ejemplo tuvo el mayor impacto en mi vida y, quizás, en la de muchas personas que lo desconocen.
No puedo dejar de recordar una frase que me dijo un día como hoy: No hay nada que celebrar, fue en una de esas conversaciones que entablamos, en una de mis visitas a su casa, después que dejé de trabajar para la Procuraduría de la Defensa del Menor, la Mujer y la Familia en 2004. No hay nada que celebrar –me dijo–, en alusión a la entonces recién estrenada Ley para Prevenir y Atender la Violencia Intrafamiliar del Estado de Sinaloa, no se toca el aspecto de las sanciones, si no hay sanciones, no habrá resultados.
En ese entonces colaboraba con ella en la elaboración de material visual para sus participaciones en ponencias y tocábamos estos temas con la misma frecuencia y fuerza con la que siempre criticó el sistema de (in)justicia al que tenían y siguen teniendo que enfrentarse las víctimas en los ministerios públicos, las víctimas de violencia intrafamiliar y, sobre todo, lo que más le molestaba en su interior: las de la violencia y el abuso contra los niños y la trata de personas.
Nunca he conocido a una luchadora de los derechos de la infancia más coherente en su actuar que mi querida amiga. Recuerdo una mañana que llegó a la oficina con un niño que se encontró solo en la calle, debajo de las vías del tren, camino al trabajo, y no sólo le dio un buen susto a sus padres, quienes ni siquiera se habían dado cuenta que se había salido de su casa, sino que les levantó una denuncia por omisión de cuidados.
Desde cualquier escenario, siempre estaba pensando en cómo trabajar para evitar que niñas y niños fueran lastimados. Trabajar con ella fue un privilegio para mí, aprender un poco de lo mucho que sabía, compartir largas y apasionadas conversaciones sobre esos temas y participar en tantas mesas de análisis y actividades organizadas a favor de la infancia, me hicieron querer, aún más, a mi propia familia, me hicieron ver estos temas desde perspectivas más amplias y muy diferentes.
Era la primera en llegar y la última en irse de la procu y no, nunca estaba conforme con los logros obtenidos en materia de protección infantil, familiar y de género, porque nada era suficiente para garantizar el pleno acceso a los derechos humanos, al interés superior de la infancia y a la ejecución de sanciones que castigaran ejemplarmente a quienes se atrevían a tocar a los más vulnerables.
Siempre rechazó esa creciente cultura de la vida fácil, que ha trastocado la vida de todo un país y que antepone a los valores humanos el valor de los bienes materiales sin el menor esfuerzo. Tendremos que perder una generación –me dijo–, para poder salir de este estado de cosas. Pero confiamos en que la próxima generación será mejor, por eso estamos trabajando. Lamentablemente no pudimos ver los resultados ni seguir discutiendo sobre el universo de violencia que sufre actualmente nuestro amado estado.
Las cifras, las pocas cifras que se hacían públicas en aquellos años no nos cuadraban, como no cuadran hoy, ante un inminente índice de feminicidios en Sinaloa y en México, entre ellos, el que lamentablemente le quitó, junto a su hija sus dos sobrinas, el último aliento y nos puso de frente a personas de su propia familia.
Por eso, tal vez, en este día en que dicen que se celebra el Día Internacional de la Erradicación de la Violencia Contra la Mujer, yo me digo a mí misma y grito a quien me escuche, No hay nada que celebrar, no mientras no haya garantías que disminuyan los altos índices de violencia contra las mujeres y, por supuesto, contra las niñas y niños. Nueve mujeres muertas diariamente no son cifras para conmemorar.
No, mi amiga, no hay nada que celebrar, aun cuando han pasado diez años desde que Usted se fue. No quiero imaginar lo que sintió en esos momentos, cuando no sólo nos privaron de su vida y la de su amada hija, sino también la de dos niñas que no tenían culpa alguna. Nunca he dejado de pensar en lo que sintió cuando le arrebataron a su nieta a la que tanto amó y a la que se había dedicado en los últimos meses. Todas mujeres, todas inocentes, todas hermosas. Mi corazón se quebró con esa noticia, su muerte me dejó un hueco interior que no encuentra explicaciones, no hay cabida en mi cabeza para estos hechos.
Yo perdí una gran amiga y una gran maestra, pero yo estoy lejos. Sinaloa en cambio, tan cerca de Usted, perdió a una gran luchadora, que impulsó, entre otras cosas, la Ley de Protección de los Derechos de los Niños, las Niñas y los Adolescentes, la primera del país, la única en su género. Con su partida, mi querida licenciada María Luisa Zambada Gallardo, perdimos todos.
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