No necesitamos flores en nuestros funerales, sino escuelas donde se enseñe a respetarnos. Kenya Cuevas, fundadora de Casa de las Muñecas Tiresias
En 2021, una joven de 26 años fue atacada con ácido en una banqueta de Guadalajara, lo que le provocó quemaduras de segundo y tercer grado en el 60% del cuerpo. Un equipo de paramédicos la trasladó al hospital privado más cercano, sin embargo, se negaron a atenderla por tratarse de un nosocomio religioso. Posteriormente fue trasladada a la Cruz Verde que la daría de alta unas horas después por encontrarla estable. A los dos días fue operada de emergencia en un intento por salvarle parte de la piel y un ojo. El agresor huyó. Zoe, la víctima, es mujer transgénero (El País, 2001).
Hablo con mi hijo adolescente, de 13 años, para conocer su opinión sobre el tema, él dice que su maestra de biología les dijo que modificar su cuerpo puede tener consecuencias químicas a largo plazo y que en el mundo sólo hay dos sexos: hombre y mujer; pero también comenta que les habló sobre el hecho de que muchos de ellos lo hacen porque sufrieron abusos en la infancia. Es así como empieza este análisis.
En 2023, Jessica Durán, activista trans en Chihuahua, fue asesinada tras denunciar desapariciones de compañeras. Su caso, archivado como "ajuste de cuentas", refleja una realidad escalofriante: México es el segundo país en América Latina con más crímenes de odio contra personas LGBT+ (Letra S, 2023). Detrás de esta violencia hay un entramado de paradigmas culturales —machismo exacerbado, dogmas religiosos y desconocimiento— que normalizan la exclusión. Sin embargo, hay ejemplos como el de la Diócesis de Saltillo, donde el hoy obispo emérito Raúl Vera ha marchado por años con la comunidad gay, en una muestra de que el cambio es posible.
Le explico a mi hijo este ejemplo, así como el hecho de que Coahuila haya sido el primer estado en permitir las uniones entre personas del mismo sexo y noto confusión en su cara. Después dice que la iglesia no debería abrazar estos movimientos, pues son un pecado ante Dios (sí, mi hijo estudia en un colegio católico); le explico que las decisiones que cada uno toma sobre su persona son decisiones propias y deben ser fieles a su conciencia, pero cuando una comunidad es atacada, violentada y marginada, la iglesia debe de actuar, pues en sus mandatos tiene la obligación de proteger a las comunidades vulnerables. Lo piensa un momento y me da la razón.
Y es que el 85% de los mexicanos se identifica con una religión, la católica (INEGI, 2020), y líderes como el Frente Nacional por la Familia han instrumentalizado la fe para oponerse a los derechos LGBT+. En Puebla, el 62% de los creyentes católicos cree que "la homosexualidad es un pecado" (ENADIS, 2022). Como señala el sociólogo Rodrigo Parrini (UAM): "La religión no es el problema, sino su uso político para estigmatizar".
México ocupa el primer lugar en crímenes contra mujeres trans en Latinoamérica (CIDH, 2023) derivado del machismo y la violencia estructural. En Guerrero, el cártel de Los Ardillos obliga a personas LGBT+ a pagar "impuestos de existencia", mientras en Sinaloa, mujeres trans son extorsionadas para trabajar en la prostitución. La antropóloga de la UNAM María Teresa Garzón lo explica así "El machismo ve lo LGBT+ como una amenaza a su control sobre cuerpos y espacios".
El 70% de los jóvenes en zonas rurales del norte de México nunca ha recibido educación sobre diversidad sexual (SEP, 2023). Esto alimenta la ignorancia y la desinformación; mitos como "los baños transponen en riesgo a los niños", pese a que hay cero casos documentados respaldan esta idea en México (CNDH, 2022).
Expongo a mi hijo a la reflexión sobre el tema y le pregunto: ¿te molestaría que un hombre trans entre al baño donde estás tú? Sin pensarlo me responde que sí; le pregunto si sería por miedo o por vergüenza, lo piensa un momento y me responde “por vergüenza”.
Le pongo el mismo ejemplo al revés: ¿te molestaría que una mujer trans entre al baño donde está tu hermana menor? Nuevamente me vuelve a decir que sí, que eso no está bien, porque es un hombre y es más fuerte que una niña. Le digo que si sabe que no hay incidentes documentados de ataques de personas trans contra personas en los baños públicos y me ve con cara de asombro. Lo cuestiono entonces y le pregunto ¿cuál sería tu propuesta para resolver este problema? Su respuesta es práctica: baños individuales para cada persona.
Sobre la solución a este tema propongo cinco puntos, que, aunque difíciles, no son imposibles:
1. Educación con perspectiva de género, tomando como ejemplo el programa Escuelas sin odio, en Jalisco, que redujo en un 40% el acoso a la comunidad LGBT+ entre 2021 y 2023. En este sentido y aunque la Nueva Escuela Mexicana propone un modelo centrado en la formación integral, la inclusión y la justicia social, su implementación frente a problemáticas como la violencia contra la comunidad LGBT+ y la narcoviolencia, presenta oportunidades y desafíos, por lo que se hace necesario implementar módulos sobre historia en esta materia (ahí está de ejemplo el movimiento que encabezó Nancy Cárdenas en los 70s). Lo anterior llevaría a capacitar a cerca de medio millón de docentes para 2026 con el apoyo de los programas de diversidad y respeto a los derechos humanos impulsado por la UNESCO.
2. Políticas públicas interseccionales, tomando casos exitosos como el que adoptó la CDMX que la ha llevado a tener la tasa más baja de crímenes de odio (3.9 por cada 100 mil habitantes) gracias a la adopción de baños neutrales y fiscalías especializadas. Así como aprobar la Ley Nacional de Identidad de Género, estancada en el Senado desde el 2022.
3. Utilización de los medios de comunicación como aliados, certificando que usen lenguaje inclusivo y financiando proyectos artísticos que humanicen las historias de las personas locales, como el caso del asesinato de Agnes Torres en Puebla.
4. Consolidar a la comunidad como agente de cambio, como la alianza entre la Diócesis de Saltillo y el colectivo Diversidad Coahuila, que logró que 15 empresas adoptaran políticas inclusivas, esto podría lograrse se otorgaran beneficios fiscales a las empresas que contraten personas trans, lo cual ya se hace en Querétaro, a través de la Ley de Inclusión Laboral LGBT+; así como impulsando la creación de redes de apoyo en municipios con alto índice de migración LGBT+, como ha ocurrido en Oaxaca y Veracruz.
5. Es urgente adoptar medidas de salud y economía, sólo CDMX y Jalisco ofrecen tratamientos hormonales gratuitos para la comunidad trans, evitando que las personas de bajos recursos deban recurrir a métodos poco seguros. Urge incluir en el sistema de salud pública las terapias hormonales seguras y las cirugías de afirmación de género; no es el capricho de unos pocos, es el derecho de una comunidad que crece día a día. Según el Banco Mundial (2022), por cada peso invertido en inclusión LGBT+, México ahorraría siete pesos en gastos de salud y seguridad. La ecuación es clara: la diversidad no es un gasto, es una inversión.
Analizando el caso de Zoe, su cuerpo fue atravesado por varias de esas violencias la noche de octubre de 2021. “Desde el agresor, que le aventó el ácido, después el hospital que le negó la atención y por último la revictimización de muchos medios de comunicación que la definieron como hombre u hombre travesti […] fue víctima de una transfobia que está en el sistema”, apunta Fascinación Jiménez, presidenta de la asociación Unión Diversa Jalisco.
México está en una encrucijada: seguir siendo rehén de paradigmas que matan o abrirse a una cultura donde la diversidad no se tolere, sino se celebre. La solución no es utópica: requiere voluntad política, inversión social y coraje ciudadano. El modelo propuesto —educación, políticas, medios, comunidad y salud— no sólo salvará vidas: construirá un país donde nadie tenga que elegir entre su identidad y su seguridad.
Nos vemos en la próxima entrega.
Youtube ¡Dale click y ponte Adiscusión!