Llegar a un punto medio nunca ha sido la mejor habilidad de los seres humanos. Se nos da muy bien el ir a los extremos más lejanos uno de otro. Polarizar la realidad, los acontecimientos, nuestras opiniones y también nuestras desgracias. Caminar hacia el color negro o hacia el blanco, nos implican una postura concreta, absoluta y prácticamente imposible de replantear.
Y en el transcurrir del tiempo, nos vamos haciendo propietarios de una “sabiduría” muy peculiar a la que no le apetece el cambio y mucho menos que sea cuestionada por terceros. Agreguemos que esos terceros sean más jóvenes que nosotros y tenemos la combinación perfecta para el caos. Esto parece ser un ciclo natural de nuestra especie: buscamos trasgredir las estructuras y el sistema, y después lo olvidamos, porque estamos muy ocupados defendiendo el statu quo de las cosas: nos parecen abominables los jóvenes de ahora: ¡díscolos, rebeldes, absurdos! Olvidamos que el movimiento es necesario para avanzar, si, el movimiento de las ideas y los estándares. Actualmente, hemos llamado “generación de cristal” a los chicos que se encuentran en edad escolar o de reciente egreso de la formación universitaria. Son llamados peyorativamente así, por reclamar, por verbalizar cosas que nosotros fuimos normalizando y que, de ninguna manera vamos a permitir que alguien venga a decirnos que estaban mal. O que pudieron hacerse de maneras distintas. Es, nuevamente, nuestra forma de sentir seguridad, de aterrizar en la idea de que nuestra vida “no estuvo tan mal” y condenamos a los que van a terapia, a los que deciden buscar justicia por medio de marchas, a los que se quejan de sus maestros que cometen actos déspotas, a los que buscan mejorar el entorno y nos hablan del cambio climático. Los ridiculizamos, porque es la única y última alternativa antes de que nuestra realidad se nos desmorone ante nuestros ojos. Hacer de alguien el hazmerreír, por siglos, ha sido el proceder del humano, para nulificar y desacreditar, para dejar solos a los que claman, algo que no compartimos. Pero nos guste o no, esto es un ciclo interminable. Persistimos en el deconstruir, porque precisamente esa es nuestra naturaleza. Roma pudo aplastar a un centenar de pueblos y culturas e incluso pudo tener un final. Lo humano, por mucho que nos cueste reconocerlo, tiene una caducidad, y solo aquello sublime como las luchas sociales, el arte, los cambios y los espíritus de la época, continúan en la memoria de quienes permanezcan en el mundo. No hay tal generación de cristal. Existen personas mediocres y faltas de compromiso como en otras épocas, solo que ahora se visibilizan con mayor nitidez, dejan evidencia y responden al estilo de crianza que tuvieron siendo niños. Y es un estilo que, es importante decir, proviene de la generación que justo se encuentra detrás de ellos. Caímos en un espiral de posturas antagónicas, porque siempre tenemos la idea de que si no es blanco, tendrá que ser negro, y llevamos haciendo ese mismo juego, todos los siglos que tenemos sobre la tierra. De lo absoluto a lo laxo, de lo condescendiente a lo fascista. Nunca, en el punto medio. Ni siquiera sabemos dónde podría estar ese lugar. Habremos de buscar con más cuidado, habremos de salir de nuestros colores extremos y opuestos, hallaremos en los grises (que por cierto son toda una escala completa) un sitio llamado “diálogo”. ¿Y si no? Estamos condenados a repetir infinidad de veces los mismos errores, si, esos que leímos en nuestra historia, esos catastróficos que vienen a la mente ahora.
Empecemos por uno simple: ¿Qué va a pasar si escucho a mi hijo, que tiene ideas que jamás en mi vida llegué a concebir?
Y al escuchar evito el juicio, ese poderoso monolito de piedra que es apabullante. Difícil, pero sería el mejor comienzo.
Fabiola Rivas Inzunza es Psicóloga por la Universidad Metropolitana de Monterrey, actualmente, es terapeuta en el Centro de Apoyo Psicoterapéutico, atendiendo niños, adolescentes y adultos. Forma parte del programa de inclusión educativa en una institución privada e imparte talleres virtuales sobre el reconocimiento de emociones en niños.