El presidente Donald Trump pronunció un discurso de 18 minutos con el que pretendía defender sus logros en el primer año y argumentar que la “edad de oro” que prometió en su campaña presidencial del año pasado estaba cobrando fuerza.
El discurso, como ya es usual, se basó en gran medida en frases habituales que utiliza en eventos, mítines y discursos en la Casa Blanca. Y, al estilo trumpiano, hubo una larga lista de exageraciones y declaraciones engañosas.
Sin embargo, en los comentarios del mandatario brilló por su ausencia su argumento de las últimas semanas de que la “asequibilidad” no era más que un “engaño” y una “estafa” de los demócratas, una frase que estremeció a sus propios asesores.
A continuación, seis puntos clave de su discurso.
El tono del presidente fue combativo
Trump, siempre más cómodo con lo que él llama su “tejido” de libre asociación que con la lectura de un teleprompter, se apresuró a hablar como si llegara tarde a una cena importante. No hubo digresiones, a diferencia de su discurso de hace una semana en Pensilvania, cuando se desvió repetidamente del tema. A veces parecía gritar, casi como si no creyera que tuviera que tomarse el tiempo necesario para convencer a su audiencia de cuán buenos han sido sus primeros 11 meses.
Como era de esperar, culpó al expresidente Joe Biden desde la primera frase: “Heredé un desastre”. Describió un país que, en sus palabras, hace un año estaba invadido por inmigrantes ilegales, con su industria manufacturera erosionada y sus ciudades plagadas de delincuencia. Todos estos problemas se habían resuelto, dijo, y prometió más cambios positivos si la gente esperaba a ver cómo sus sueldos aumentaban.
Pero el mensaje quedó un poco eclipsado por su tono airado, que parecía contradecir su reconocimiento de que estaba bajo presión para mostrar resultados rápidamente, antes de que se asentara la narrativa de que ha gestionado mal la economía.
Hizo un uso muy selectivo —y a menudo engañoso— de las estadísticas
Trump argumentó que había reducido los precios de los medicamentos en un 400, 500 o 600 por ciento, pero todas esas cifras son imposibilidades matemáticas. Afirmó que la inflación había descendido significativamente desde que él es presidente, sin mencionar que en septiembre, el último mes del que el gobierno tiene cifras, había vuelto al 3 por ciento, exactamente donde estaba en las últimas semanas de Biden en el cargo. Argumentó que la gasolina ahora estaba por debajo de 2,50 dólares el galón en gran parte del país; su propio departamento de energía informa que estaba a 2,90 dólares. Y afirmó que había estados en los que la gasolina costaba 1,99 dólares; de hecho, según la AAA (Asociación Estadounidense del Automóvil, por su sigla en inglés), en ningún estado era tan bajo el precio medio de la gasolina.
No mencionó que las últimas cifras de desempleo —que se vieron impulsadas por los despidos gubernamentales ejecutados por su gobierno— mostraban una tasa de desempleo del 4,6 por ciento, la más alta en cuatro años, desde que la nación estaba saliendo de la pandemia de la COVID-19. El gasto en construcción de fábricas ha descendido en los últimos tiempos.
Todos los presidentes inclinan las estadísticas a su favor, pero Trump ha convertido la exageración en una forma de arte. Había un aire de desesperación en los argumentos del mandatario, quizá reflejo de las encuestas que mostraban que incluso quienes votaron por él creyendo que gestionaría bien la economía estaban dudando.
Se arriesgó a repetir el error de Biden de discutir con los votantes sobre cómo se sienten
En 2024, Trump logró la victoria impulsado por votantes que pensaban que Biden estaba desconectado de la realidad y era demasiado viejo para el cargo, y a quienes les repugnaba la insistencia de Biden en que deberían sentirse mejor. Ahora es Trump quien corre el mismo riesgo.
Así como Biden a menudo argumentaba que la economía estaba en mucho mejor forma de lo que el público creía, Trump esencialmente gritaba que deberían estarle agradecidos por recuperar los puestos de trabajo en la industria manufacturera y sacar a los inmigrantes ilegales de la población activa.
Por momentos sonaba como si el hombre que acaba de dar una fiesta con temática de Gatsby en Mar-a-Lago no se diera cuenta de lo que supone el mercado laboral para los estadounidenses comunes. De hecho, el país sigue perdiendo puestos de trabajo en el sector manufacturero. Pero lo más importante es que los estadounidenses parecen no estar convencidos de los aranceles: “Mi palabra favorita, aranceles”.
Describió la inversión extranjera que entra a raudales en Estados Unidos, pero citó una cifra dos veces superior a la que ha estimado su propia Casa Blanca. Quizá tenga razón a largo plazo, aunque le ha costado cerrar la venta debido a lo ocurrido hasta ahora, incluida la exageración del ritmo al que las empresas extranjeras deciden que deben trasladar sus instalaciones a Estados Unidos para evitar los aranceles.
Su solución para hacer que los estadounidenses se sientan mejor es extender un cheque
Trump prometió que iba a enviar cheques “guerreros” —esa misma tarde— a 1,4 millones de militares, por valor de 1776 dólares, para celebrar el 250 aniversario de la nación el año que viene.
Cuando pasó a la atención a la salud, tema en el que durante años ha prometido un plan integral para mejorar el Obamacare, la solución que respaldó fue un cheque único de 2000 dólares para todos los estadounidenses por debajo de un nivel de ingresos aún por determinar. Podrían utilizarlo para comprar un seguro, o no, aunque los aumentos de las primas que se avecinan en pocos días, para muchos, superarían con creces ese pago.
También ha prometido que los ingresos arancelarios reducirán drásticamente los impuestos sobre la renta de las personas físicas. Si sumamos todo esto,ha prometido demasiado sobre lo que los ingresos arancelarios pueden cubrir.
Los aranceles en los que confía pueden ser bloqueados por la Corte Suprema
Aunque anoche Trump no hizo referencia a la inminente decisión de la Corte Suprema sobre la legalidad de su declaración de una serie de emergencias económicas, sabe que corre el riesgo de que los jueces deconstruyan su régimen arancelario. Lo que podría suceder sería caótico, especialmente si las empresas exigen, ante los tribunales, que el gobierno devuelva los cobros de aranceles.
Ese es un riesgo inminente para Trump en 2026, que ha reconocido en otros discursos. Pero no ha mostrado dudas sobre la rectitud de su planteamiento de aranceles elevados. Aún no está claro cómo se pronunciará el tribunal, ni si ordenará las devoluciones. Pero dado lo mucho que Trump apuesta por los ingresos arancelarios, el tribunal supone ahora un enorme riesgo para su agenda.
Trump declaró que es un pacificador, pero no mencionó su presión sobre Venezuela
Apenas 24 horas antes de su discurso, Trump declaró en sus redes sociales un bloqueo a los buques petroleros “sancionados”, y exigía que Venezuela revirtiera la nacionalización de empresas estadounidenses en las décadas de 1970 y 1990, y que diera a Washington acceso a las vastas reservas de petróleo del país. Alardeaba de una enorme armada y amenazaba con una fuerza militar.
Sin embargo, en el discurso a la nación se presentó como un pacificador al decir que “resolvió ocho guerras en 10 meses”. Muchas, por supuesto, no se han resuelto, incluida una en la frontera entre Tailandia y Camboya, donde han vuelto a estallar los combates. Afirmó que había traído la paz a Medio Oriente por “primera vez en 3000 años”.
Pero no dijo mucho más que eso, mientras sus asesores advierten que los logros en política exterior no resolverán los retos a los que se enfrentan los republicanos de cara a las elecciones intermedias.
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Con información de The New York Times