= El destino se negó a involucrarnos en la devastación
= Bajo los escombros, fallecieron muchos sinaloenses
= Otros más salvaron la vida milagrosamente
= La invaluable tarea de Organización Editorial Mexicana
= Nuestro reconocimiento a Adriana Ochoa del Toro
Jorge Luis Telles Salazar
(Adriana Ochoa del Toro, cumplió su ciclo como coordinadora general de comunicación social del gobierno del Estado. Cuando Rubén Rocha la nombró como tal, en octubre de 2021, externamos nuestra felicitación al gobernador por su decisión, sabedores de la experiencia, el conocimiento, la habilidad y el don de gente de Adriana, cualidades que demostró a la perfección a lo largo de estos cuatro años en la estructura del gobierno estatal. Sin embargo, todos los ciclos se cierran irremediablemente y es el caso que nos ocupa. Nuestras felicitaciones a Adriana por su papel y nuestra seguridad de que pronto la veremos de nuevo en otra trinchera. Que haya éxito.)
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A mediados de los ochentas, solía gozar, año con año, de un breve periodo vacacional en la ciudad de México, más que nada para disfrutar lo benévolo de su clima, justo en la transición de la estación de verano a la de otoño; de sus restaurantes para todos los gustos; de sus cines y teatros y hasta de un partido de futbol. En ese entonces, me desempeñaba como reportero de información general de El Sol de Sinaloa y tenía a mi cargo la columna política “De Todas Muchas”, de las más buscadas por el lector en aquellos tiempos, por cierto.
Corría el año de 1985 y no era la excepción. Pasajes adquiridos y reservación en el hotel Regis, para el 17 de septiembre, después de la conclusión de las fiestas patrias, con salida para el 21. Un viejo amigo me apoyaría con los traslados en la capital del país.
El plan, sin embargo, se vino abajo, cuando desde las oficinas centrales de la Organización Editorial Mexicana, me llegó, días antes, una notificación en el sentido de que debería presentarme justo el 17 allá en el entonces Distrito Federal, para tomar un curso intensivo de capacitación para prospectos a ocupar cargos directivos a mediano plazo; directores, subdirectores, gerentes y jefes de redacción e información, como parte de un proyecto de expansión del consorcio, ya en manos del exitoso empresario y dirigente deportivo, Mario Vázquez Raña.
Nada parecido a una vacación; pero el plan no solo me entusiasmó, sino que me ilusionó, ante la posibilidad de un crecimiento profesional a mediano plazo, máxime que no hacía mucho tiempo había tomado la decisión de dedicarme de lleno al ejercicio del periodismo, por encima de la carrera profesional que me había dado la Universidad Autónoma de Sinaloa.
Sin embargo, un par de días antes del viaje a la ciudad de México, sucedieron cosas extrañas al interior de El Sol de Sinaloa que me arrebataron, de tajo, mis pretensiones:
-Siempre no vas tu Jorge Luis -me dijo el director Carlos Rodríguez Terrón.
Y me informó:
-Quien va es José Caro, por indicaciones de la superioridad.
Además:
-Tampoco te puedes ir de vacaciones porque nos haces falta en la redacción. Espérate a que Caro regrese.
Así las cosas, ni capacitación, ni vacaciones, ni nada, por lo pronto.
Quizás, el destino no me quiso exponer en el terremoto de 1985 en la ciudad de México. Quizás salvó mi vida; pero me privó de una experiencia maravillosa, como fue el gran trabajo realizado por la OEM, en la capital del país, cuando utilizó toda su tecnología -con todo y lo rudimentaria que era entonces – para ofrecerle a todo México un servicio invaluable: la información (a través de su sistema de telex y teletipos) del estado de salud y las condiciones de los miles de afectados por el terremoto, defunciones incluidas. La comunicación, obviamente, era un caos, tras el cataclismo.
Me hubiese gustado mucho colaborar en esa tarea; pero el destino mismo no lo quiso así. En contraparte, podría haber sido -¿Por qué no? – una de las 6 mil victimas (según cifras oficiales) del devastador terremoto de la ciudad de México.
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Culiacán, Sinaloa, 19 de septiembre de 1985.
Amanece sobre la ciudad. Temprano todavía para salir a la escuela o al trabajo. Apenas ideal para trotar por algún parque vecino. Las 6 horas con 11 minutos.
El noticiero matutino más popular lo era, con gran margen, “Hoy Mismo”, que conducía Guillermo Ochoa, a través del canal Dos de Televisa, auxiliado por Lourdes Guerrero, Juan Dosal, María Victoria Llamas, el capitán Arturo Iracheta y asistentes ocasionales.
Esa mañana, sin embargo, no estaba Guillermo Ochoa. Había faltado al programa por alguna razón.
Lourdes Guerrero -quien años después moriría víctima de cáncer de pulmón – estaba “a cuadro” cuando comenzó el movimiento telúrico, a la vista de los millones de personas que seguían el noticiero en esos momentos.
-Está temblando – dijo al aire con cierta tranquilidad.
-¡Si está temblando un poquito! -añadió todavía con una amplia sonrisa, mientras el estudio comenzaba a sacudirse violentamente.
-¡Ah Chihuahua! -remató, cuando ya todos corrían en busca de refugio.
Y después, la nada. El silencio y el televisor en estática.
La comunicación, por todos sus canales se interrumpió desde la ciudad de México y hacia el resto del mundo. Ni televisión, ni radio, ni teléfono, ni nada. Nadie lo intuía. Nadie tenia la menor idea de la gravedad de los acontecimientos en la capital de nuestro país.
Personalmente tuve la primera información de ello, en boca de un alto funcionario de una institución educativa estatal. En función de mi orden de trabajo -girada por el jefe de información, Ramiro Novelo Castillo – lo busqué en sus oficinas y me confió:
-Voy regresando del aeropuerto; se suspendió mi vuelo a México. Hubo un terremoto, un terremoto, no un sismo y creo que la ciudad está devastada.
Con el paso de las horas, las noticias comenzaron a llegar a Culiacán. Primero de manera difusa e incierta. Después con cierta claridad. Los principales emporios de comunicación improvisaron equipos de transmisión entre los escombros para comenzar a remitir la información que el país reclamaba con desesperación. De lo más recordado, la transmisión que a través del teléfono de su automóvil, realizo Jacobo Zabludovsky, en su recorrido por los puntos mas dañados de la capital.
Para la tarde, ya el operativo de OEM estaba en funciones. Por conducto de su sistema de telex y teletipos, fluía la información solicitada por la familia de los damnificados. La OEM lo verificaba en la ciudad de México y la regresaba a las ciudades del país que así lo requerían, para la tranquilidad o angustia de los solicitantes. Aquí, en las oficinas de El Sol de Sinaloa -frente a lo que era la central camionera – tumultos enormes de gente desesperada que buscaba noticias de amigos o familiares.
Precisamente, por ordenes de Mario Vázquez Raña, en esto ubicaron a los reporteros de las diferentes plazas de la OEM que estaban en la ciudad de México para tomar el curso intensivo ya mencionado, puesto que ninguno de ellos, afortunadamente, había sufrido daños ante el desastre. Un operativo que se mantuvo vigente durante los días de la comunicación ininterrumpida por obvias razones y del cual no pude formar parte por caprichos del destino.
¿Cuántas personas perdieron la vida por el sismo?
La estadística oficial habla de no más de 5 mil -porque a esa hora poca gente se encontraba en escuelas o lugares de trabajo -; otros citan la cifra por encima de 10 mil y algunos más la proyectan hasta 50 mil. A estas alturas la manipulación ya carece de importancia.
Todo esto: 40 años atrás.
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Y bien.
La mañana del terremoto, Oscar Hernández Chávez, apodado “El Carretas” y hermano del connotado político sinaloense, “Chuquiqui” Hernández Chávez, hizo el check out en el hotel “Regis” todavía en la penumbra de la madrugada y se dirigió al aeropuerto internacional de la ciudad de México, para tomar su vuelo a Culiacán.
Fue hasta su arribo a Culiacán cuando se enteró de la tragedia. El “Regis”, ubicado a un costado de la alameda central y casi frente al lujoso hotel “Del Prado”, fue de los que se derrumbaron por completo, con un número indeterminado de víctimas. Por años, el popular “Carretas” presumía a sus amigos la factura pagada al abandonar el hotel: 19 de septiembre; 5: 00 horas.
Otras personas no corrieron con la misma suerte, por desgracia.
La señora Rosa María Bazúa, dirigente estatal de la ANFER-PRI, perdió la vida, bajo las estructuras colapsadas de uno de los hoteles localizados en las inmediaciones del monumento a la “Revolución”; su cuerpo nunca fue encontrado. El señor Alejandro Sánchez, padre de Alejandro Sánchez Chávez, el “Canny”, falleció a bordo de su automóvil, también tras la caída de uno de los muchos edificios, en el centro de la capital.
En tanto, en la “Alameda” se encontraban y se abrazaban entre sí, muchos paisanos que tuvieron la fortuna de salvarse de la hecatombe; la mayoría a medio vestir y con el pánico reflejado en los rostros: Víctor Gandarilla Carrasco, que era delegado estatal de CONASUPO; Adrián González García, secretario general de la Liga de Comunidades Agrarias de Sinaloa; Juan Burgos Pinto, secretario general del Comité Directivo Estatal del PRI y entre otros, el periodista Polo Avilez, que fungía como corresponsal en jefe de la agencia NotiMex, en Sinaloa.
Hubo, por supuesto, muchas victimas más de Sinaloa. Algunas de ellas ya residentes en la ciudad de México; otras, presentes en ese momento, por razones de trabajo, estudios, negocios o placer. Jamás sabremos sus nombres en su totalidad.
Todos ellos con una historia semejante; pero propia en lo individual. Todos ellos cumplen hoy 40 años de nuevo.
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Lamentablemente, mi respuesta es afirmativa a quienes tuvieron la gentileza de preguntarme por el grado de parentesco con la familia completa que perdió la vida el pasado martes 16, en un desgraciado accidente automovilístico en la ciudad de Can Cún.
Martha Ochoa Telles era mi prima hermana, hija de mi tía Martina, quien adoraba a don Jorge, mi padre. Martha nació en Costa Rica, como casi toda la familia; pero emigro a Chihuahua, donde casó con Martin Agustín Simental, unión de la que nacieron dos hijos. Martha era de alta estima para toda la familia. En pareja con mi hermano “Cayo”, era la principal promotora del ambiente en la convención anual de los Telles, aquí en Costa Rica.
Viajaban de Can Cun, al aeropuerto, donde tomarían el vuelo de regreso a Chihuahua, tras las fiestas patrias en aquel paradisiaco punto del caribe mexicano. Un automóvil sin control los embistió y murieron, al instante, su esposo Martin Agustin; su hijo Francisco Gabriel; su nuera Erika Lizeth y sus dos nietos: Dandara y Francisco Javier.
Tragedia espeluznante que enluta a la familia Telles, de la que orgullosamente formamos parte. Los recordaremos por siempre.
Descansen en paz.
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