Imelda y Tere amenazan la gobernabilidad
El pleito —ya inocultable y cada vez más visceral— por la candidatura de Morena al Gobierno de Sinaloa entre la senadora Imelda Castro y Tere Guerra ha convertido al Congreso del Estado en un patio de vecindad político. En su disputa por el 2027, ambas han reducido al Poder Legislativo a un botín faccioso, olvidando que ahí descansa parte de la gobernabilidad del estado que dicen querer encabezar. La fractura de la bancada morenista no es accidental: es producto de la presión, el hostigamiento y la abierta coacción que los grupos de ambas impulsoras ejercen sobre los diputados para alinearlos en uno u otro bando. Hace días lo advertimos: se acabaron las formas; el fuera máscaras ya empezó y la batalla se volvió fratricida. Lo más grave es que, en su carrera por el Tercer Piso y por suceder a Rubén Rocha Moya, les importa poco demoler la institucionalidad del Congreso, pieza clave para la estabilidad política de Sinaloa. Los Imeldos y los Teresos —estos últimos con el control administrativo del Legislativo— han elevado la tensión a un punto que amenaza con incendiar la discusión del presupuesto 2026 y la aprobación del crédito solicitado por el Ejecutivo además del tema de la reingeniería de la UAS. Ni los llamados de Claudia Sheinbaum ni las advertencias de López Obrador sobre cuidar la unidad han logrado contenerlas. En su ambición por el 2027, ambas parecen dispuestas a quemar la pradera, aun cuando lo que está en juego no es solo la sucesión del Gobierno estatal, sino también el futuro del Congreso y de los 20 ayuntamientos de Sinaloa.
********
El PRI traiciona a su base
El PRI volvió a dar tema este fin de semana con la instalación de su IX Consejo Político Nacional. Hasta ahí, todo en orden. El problema no fue el evento, sino quiénes estuvieron… y quiénes deliberadamente dejaron fuera. El mensaje fue claro y contundente: Paola Gárate, exdirigente estatal del PRI y actual diputada local, no fue incluida. ¿La razón? No existe una razón válida. No fue una falta estatutaria, no fue una explicación política seria, porque legalmente debía estar. La verdadera razón —la que se comenta en los pasillos y en voz baja— es que empezaron a verla avanzar. Y en el PRI de hoy, avanzar sin permiso no se perdona. Lo ocurrido confirma lo que muchos militantes ya sospechaban: el PRI en Sinaloa está secuestrado por una camarilla, principalmente la del norte del estado, encabezada por César Gerardo Lugo, dirigente estatal y alfil directo del malovismo, que ha convertido al partido en un club privado, donde solo entran los suyos y donde el mérito, la lealtad histórica y el trabajo territorial cuentan poco… o nada. Porque hay que decirlo claro: Paola Gárate es priísta de hueso colorado, de las que se la jugaron cuando el partido estaba de capa caída, de las que pusieron el cuerpo, el nombre y la cara cuando nadie quería portar las siglas. Y aun así, la traicionan, la minimizan y se burlan políticamente de ella. Entonces, priístas de base, de los de a pie, la pregunta es obligada: si así tratan a una exdirigente estatal, ¿qué puede esperar cualquier militante común? La realidad es otra: existe una división brutal y silenciosa entre la militancia y la dirigencia actual. Curiosamente, son los mismos que exigen unidad quienes dan golpes bajos casi invisibles, apuñalan por la espalda a otros priistas, aparecen solo para la foto, señalan deslealtades inexistentes con mitotes de pasillo dichos entre las amantes de los dirigentes nacionales, eso sí, buscan enemigos internos para justificar su propia mediocridad política. El cáncer no está afuera: el cancer son ellos mismos. Pero esto no es nuevo. Históricamente han existido dos PRI: Uno, el PRI del poder, el que reparte el escaso botín entre unos cuantos. Y dos, el PRI del trabajo, el de los votos, el de la base leal, el que casi nunca recibe reconocimiento. Mientras esa lógica no cambie, el PRI no camina hacia la reconstrucción. Camina, sin darse cuenta, hacia su propia extinción.
********
Cuando la ciudad respira
En medio de tiempos duros, y muchas notas rojas, el Desfile Navideño de Culiacán logró algo poco común: que la ciudad respirara. Por unas horas, el Primer Cuadro se llenó de familias, de niñas y niños sonriendo, de padres caminando sin prisa, mirando carros alegóricos, bailarines, luces y colores. No fue un evento menor. Veintiséis carros alegóricos, más de 700 bailarines y cientos de voluntades lograron lo que no se consigue con discursos ni conferencias: generar un ambiente de paz, aunque sea momentáneo, en una ciudad que lo necesita con urgencia. Ahí estaban Santa Claus, los Reyes Magos, el Grinch, los personajes que para muchos podrán parecer simples botargas, pero que para la infancia significan seguridad, normalidad y alegría. Y eso, hoy, no es poca cosa. El desfile, bajo el lema “Un Regalo de Paz”, manda un mensaje claro: la sociedad no se resigna. A pesar del contexto, las familias salen, participan, se apropian de los espacios públicos y recuerdan que Culiacán no es solo violencia, sino también comunidad, tradición y esperanza. Claro, nadie es ingenuo. Un desfile no resuelve los problemas estructurales de la ciudad. No borra el miedo ni las ausencias. Pero sí cumple una función esencial: recordarnos por quién y para qué se debe trabajar todos los días. Cuando las niñas y los niños sonríen, cuando las familias se sienten seguras aunque sea por una tarde, la ciudad manda una señal. Y esa señal no debe ser ignorada. Ojalá que este tipo de eventos no sean solo una pausa emocional de diciembre, sino un recordatorio permanente de que la paz también se construye cuidando los espacios, a la gente y la convivencia. Porque al final, más allá de los carros alegóricos y la magia, el verdadero desfile pendiente es el de una ciudad que recupere la tranquilidad todos los días del año.
********
Millones tirados… y ni agua
Si algo dejó claro la Auditoría Superior del Estado es que en El Fuerte no sólo se construyen pozos: también se construyen problemas. Y caros. Casi 5 millones de pesos “invertidos” en obras que hoy siguen igual que cuando las imaginaron en el escritorio: sin funcionar. Tres pozos profundos entregados con acta en mano, pero sin el detalle más elemental: no tienen luz. No hay energía de CFE, no hay medidor, no hay trámites, no hay nada. Y, por supuesto, tampoco hay agua saliendo de ahí. Pero eso sí: las obras ya están “concluidas”, firmadas y pagadas en buena parte. Sólo les faltó… pues, que sirvieran. La administración de Gildardo Leyva logró el raro mérito de inaugurar infraestructura hidráulica que funciona igual que un florero: se ve, pero no sirve. En Betevé, en Aguacalientita y en Lo de Vega el guion se repite con precisión quirúrgica: pozo terminado, acta entregada, dinero ejercido… y cero operación porque a alguien se le “olvidó” incluir los trámites ante CFE. Un detalle menor, pues. Y lo más pintoresco del caso: en algunos proyectos ni siquiera terminaron de pagar el finiquito al contratista, pero aun así dieron por “entregadas” obras que no prenden ni con rezos. ¿Cómo se explica eso? Fácil: no se explica. La ASE no encontró un solo documento que justificara por qué dejaron fuera lo indispensable. Todo fue “así nomás”. El tiempo sigue pasando —60, 70 días después de cada entrega— y los pozos siguen igual: mudos, secos y oscuros. Como si la administración estuviera esperando que la luz llegara por sí sola, o que el agua saliera por obra del espíritu santo. En El Fuerte quizá no haya agua, pero lo que sobra es materia para la columna: obras fantasmas, trámites inexistentes y millones evaporados en pozos que hoy sólo sirven para una cosa: recordar que la improvisación también cuesta… y cuesta caro.